Una noche una chica de 20 años se arroja al Río de la Plata y, mientras su novio se da a la fuga, un desconocido que presencia el suceso detiene su coche y se lanza en la oscuridad a salvarla. Este hecho real, ocurrido a mediados de los 90 en Buenos Aires, desencadena la historia que entrecruza a los personajes de esta ficción: una fotógrafa que aún llora la muerte de su ex-pareja y sale a la busca de quien, cree, debió morir en su lugar; un hombre y una mujer que en otro punto de la ciudad se conocen a oscuras en medio de una representación teatral (una sorda tragedia contemporánea que ellos mismos continuarán al dejar la sala), y dos jóvenes que, sentados en el borde de una piscina, planean su futuro: uno, en el extranjero, para olvidar su pasado; el otro, más que nunca, en la Argentina, para recuperarlo.
Buenos Aires se convierte así en un laberinto en el que unos y otros, sabiéndolo o no, andan buscándose sin advertir a tiempo que su pesquisa los conducirá ante todo a lo más íntimo y desconocido de sí mismos, esa geografía interior inapelable en la que cada cual descubrirá a su modo que el amor, eso que tanto ansían para sus vidas, no tiene por opuesto al odio, sino al miedo, y que su sinónimo más certero es la valentía. Una valentía crucial para asumirse solos y empezar desde esa soledad a ser dignos de otros.
«Todos buscamos todo el tiempo al gran amor de nuestra vida —dice uno de los personajes—, y mientras lo buscamos nos relacionamos con personas de relleno, haciéndonos los unos a los otros auténticas brutalidades. Esta es básicamente la única historia del mundo que conozco, este mundo que tanto queremos comprender. Fassbinder tenía razón: ‘A todos nos gusta ser besados. ¿Qué más hay que comprender?’».
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